La memoria y las memorias: El caso argentino



Sous l´histoire, la mémoire et l´oubli
Sous la mémoire et l´oubli, la vie
Mais écrire la vie est une autre histoire
Inachèvement
Paul Ricoeur
«Y me olvidé de olvidarme, vidalita…»
Folklore argentino

Argentina 1976-2004: El Terrorismo de Estado y sus efectos

En Argentinahubo una dictadura militar desde 1976 que finalizó con elecciones democráticas en 1983. Los desaparecidos, muertos, torturados, niños apropiados, exilados, etc. dan cuenta de la crueldad del terrorismo de Estado de ese período. La represión sistemática instaurada dejó secuelas en la sociedad civil así como en la estructura jurídica y en la economía. Quedaron también efectos en el imaginario colectivo y en las prácticas comunitarias y personales.[2]
El golpe de Estado de la Junta militar fue consecutivo a años de efervescencia social, reivindicaciones laborales y logros en cierta equidad de la redistribución económica. Coincidió también con una etapa de florecimiento de los movimientos populares en América Latina que amenazaba los intereses económicos de las potencias hegemónicas sobre la región, además de representar un riesgo a nivel geopolítico.
El terrorismo de Estado, a diferencia de otras formas de criminalidad, tiene la particularidad de que es el Estado, responsable y garante de la aplicación de las leyes, quien las transgrede. Los derechos a juicio, a cumplir la pena, a la identidad, que no se cumplieron en los secuestros, desapariciones, asesinatos, etc., produjeron un caos en las representaciones sociales de Ley, Justicia y de confianza –ya precaria– en las instituciones. Éste fue uno de los efectos fuertes. Ello implicó una pérdida del capital social del país en vidas, dolor, proyectos y legalidad.
Con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final se selló la impunidad de la Junta. Se decretó «el olvido» de las sentencias del Tribunal que juzgó los crímenes de los militares. Hay que recordar que el Juicio a las Juntas fue un ejercicio de memoria colectiva, vivido por el país como recuperación de la dignidad.[3] Y es recién en el año 2003 que el Congreso ha anulado esas dos leyes abriendo un tiempo, nuevamente, para el ejercicio de la Ley y la Justicia. El cierre del camino legal para el castigo a los culpables y la búsqueda de los desaparecidos fue ocupado por la participación de la sociedad civil, que durante más de 25 años ha mantenido abierto el espacio de lucha por los Derechos Humanos en Argentina.
Cuando los caminos jurídicos se cierran, se abre el reclamo social: por el derecho a la verdad, el derecho a saber qué ocurrió. Y este camino hacia la verdad fue, en el caso de Argentina, un elemento esencial para la visibilización hacia el conjunto social de los crímenes del Terrorismo de Estado, y ejerció una presión política y mediática sobre los gobiernos, que llevó hasta la anulación de las leyes.
Otro de los efectos del terrorismo de Estado se ejerció en la modalidad de armado del lazo social. La población se encerró en las pertenencias institucionales que brindaban aquella seguridad perdida. En contrapartida estas fuertes identificaciones con grupos e ideas tuvieron una alta exigencia de lealtad e identidad.[4] Se fue generando una sociedad con grandes dificultades en aceptar las diferencias. Las diferencias duras, que por otra parte son las únicas que ponen realmente a trabajar el pensamiento.
La represión opera sobre los cuerpos (aniquilamiento y disciplinamiento) y sobre las representaciones sociales, la represión está destinada a silenciar la atrocidad e ilegitimidad del método.
Toda la población sufrió un trauma social por la imposibilidad psíquica de pensar la experiencia a la que estaba sometida y producir sus significaciones. Los desaparecidos, con la pérdida de identidad (los NN) y la ausencia de ritos de muerte, hicieron marcas de horror que no pudieron articularse en un relato.
La subjetividad colectiva se fue tramando sobre la pérdida de fe en la posibilidad de transformación social por efecto de la dictadura, y así pudiera quedar en la novela imaginaria de los argentinos de la generación de los ’70. Se podría llegar a decir: «Aquí no se cree, se perdió la fe, porque se fracasó». La dictadura en la Argentina fue la vía de ingreso a una lógica postmoderna, descreída e individualista, que tuvo su expresión acabada en el plano económico y político con la década menemista de privatizaciones y derroche.
Un impensado, de esos que quedan ocultos, es que la dictadura declaró caducos o inoperantes los proyectos de Revolución. La clave del problema es que la dictadura es la derrota de un pensamiento político, mientras que el efecto de la dictadura en la cultura, en el imaginario colectivo, es que ese pensamiento derrotado se identifica con todo pensamiento de transformación y justicia, y su derrota aparece como la derrota de la lucha. Ese es el triunfo de la dictadura sobre la subjetividad. A nosotros nos cabe decidir si lo aceptamos o no.

Memoria y olvido: múltiples miradas

Existen tantas miradas sobre un hecho como actores intervinieron en él, y a veces muchos más que vinieron después para analizar, pensar, cuestionar, interrogar, convocar sus sentidos y explicaciones.
La necesidad de la memoria es un imperativo para el análisis, para la reconstrucción histórica de los hechos. Y requiere del aporte de todos los que pertenecieron a la situación. Son necesarias todas las memorias cuando se reconstruyen los hechos, no podemos dejar afuera a ninguna de las partes del conflicto porque cada una de ellas conserva un trozo de la verdad, tanto víctimas como victimarios son parte de los sucesos que modelaron lo acaecido. Y es esa pluralidad, esa mirada multifacética la que permite ver las determinaciones sociales, políticas y económicas y el encadenamiento de los procesos de aquel entonces. Y es esa lectura minuciosa, respetuosa, compleja, contradictoria, la que permitirá la acción hoy.
Otro aspecto que queremos señalar con respecto a este tema es que así como la memoria permite el vínculo fecundo con las raíces de la identidad individual y colectiva, también el olvido, el que –como dice Freud[5]– es estructurante del psiquismo, abre a proyectos nuevos, pues es el olvido de lo vivido el que diluye el miedo a «aquello» y le da alas y espacio libre al deseo para «probar otra vez».
«Y no hay nada que, después de tanta agonía, fuera más deseable que el porvenir», escribe Semprun, recordando su salida del campo de concentración de Buchenwarld (Semprun, J., 1995, p.84).
El trabajo de la memoria va integrando los hechos que se suceden a lo largo del tiempo. La memoria es dúctil y también errática. Se olvida y se recuerda según las necesidades personales o históricas de los pueblos[6].Es decir, desde un presente se interpreta el pasado. Hay por lo menos dos formas de relación con el pasado, la tradicional de creer que el hoy tiene relación lineal con el pasado en clave de causas y efectos, y otra forma que piensa la cuestión como un modo de la generación actual de rodear, trabajar aquello que para la anterior fue un imposible. «El relato de los hechos es siempre selectivo, el pasado se cuenta por partes, siempre es un relato figurado de un pasado histórico». (Ricoeur, P., 2000, p. 579).
Existe también una memoria en la materia, guardada en los cuerpos que conserva intacta la huella que el tiempo dejó en ella. Véase por ejemplo el trabajo minucioso y riquísimo de los antropólogos forenses, de los bancos de datos genéticos, en todos estos procesos de búsqueda de conocimiento, identidad, y verdad. Memoria que trae la ciencia y que fue usada en muchos trabajos de la CONADEP.
Creemos que es necesario plantearse la idea de «derecho a la memoria» que según nuestro criterio tiene potencia transformadora, más que como deber u obligación. Desde el punto de vista del psicoanálisis es difícil pensar en un trabajo de elaboración del duelo a partir de la imposición a recordar. Defender un derecho nos da conciencia de él como un bien colectivo, siempre en construcción y en acto[7].
El recordar por sí solo no impide que los hechos se repitan, la memoria no es garantía de cambio. Es el trabajo sobre las condiciones y determinaciones objetivas que produjeron aquellos hechos lo que impedirá que se reproduzcan, no su recuerdo. Si la memoria obligada, conmemorativa hace uso de ideas y representaciones producidas en aquellas condiciones esto impide pensar en estas condiciones actuales y produce un desfasaje entre las prácticas de hoy y las ideas/representaciones de ayer. Podríamos decir parafraseando a Freud «recordar para no transformar» en vez de su célebre «repetir para no recordar» de su texto Notas sobre la ‘pizarra mágica’. Otro de los riesgos de la memoria es que pueda llevar a pensar que nada se puede cambiar. En contraposición, si pensamos en los efectos, hoy ello nos da herramientas para la acción.
¿Qué ganamos cuando encontramos la conexión entre la causa y el efecto? Si encuentro la causa me retrotraigo en el tiempo. Mientras que el efecto sigue sucediendo hoy. Pensamos que saber las causas evita que se vuelva a producir, pero eso lo pensamos mientras todavía está sucediendo y sigue sucediendo el efecto. A veces, buscar las causas tiene un implícito, un supuesto: no se puede hacer nada sobre los efectos, si esto fuera así, ésta seria una de las consecuencias más nocivas del Terrorismo de Estado. La fuerte creencia que nada se puede hacer (de la Aldea, E., 1996).
Podemos tomar al pensamiento como lugar de encuentro entre la memoria que da herramientas y raíces y el olvido como espacio y apertura para nuevas creaciones y ordenamientos. La pregunta ética es ¿Cómo continuar hoy en estas condiciones? ¿Qué hago hoy con lo que hice, con lo que hicieron ayer?

¿Qué aprendizajes se pueden tomar del caso argentino?

Todas las situaciones, aún las más terribles, tienen algunos efectos enriquecedores si los miramos profundamente. La experiencia argentina puede aportarnos como individuos y como comunidad algunas herramientas para la continuación de la lucha contra el avasallamiento de los pueblos y por su emancipación. En nuestro caso permitió/facilitó, en medio de tanta pérdida:
  • Recrear nuevos lazos sociales. Se vio cómo surgieron nuevas formas de organización social[8].
  • Replegarse y repensar ese trozo de historia (se generaron grupos de estudio y reflexión, cátedras en la Universidad, la Universidad Popular de las Madres, etc.).
  • Producir soluciones creativas (Abuelas: búsqueda permanente de los nietos, H.i.j.o.s y sus «escraches», archivo biográfico familiar de los desaparecidos, etc.).[9]
  • Percibir la fuerza moral propia de los actores. La lucha de los grupos de Derechos Humanos que empezó en 1976, en la más desolada incomprensión, persistió por una decisión ética, de la que extrajo su potencia.
  • Recuperar desde las víctimas su palabra propia (Creación de revistas, diarios, programas radiales propios).
  • Crear desde lo legal la figura del desaparecido (que en Alemania, por ejemplo, no existe en el código penal), lo que permite legislar sobre el asunto.
  • Trabajar en grupos de reflexión, de elaboración del duelo por las pérdidas de vidas y sentidos, aunque no todavía a un nivel colectivo más general.
Quizás podamos usar esos recursos subjetivos e institucionales en los problemas con los que nuestras sociedades se enfrentan hoy. Puesto que estamos pasando de los desaparecidos de las dictaduras y los gobiernos totalitarios y represivos a los excluidos económicos del mundo del trabajo actual. Estos son los desaparecidos sociales, sin derechos personales ni sociales del hoy.[10]
Para ir cerrando, queríamos señalar el modo en que la lucha silenciosa y tenaz de los organismos de Derechos Humanos y sectores de la población tuvo posibilidad de éxito cuando las condiciones sociales, políticas y económicas cambiaron. En esas luchas se fueron incluyendo los problemas actuales en acciones que continuaban y resignificaban hoy las luchas de ayer.
El efecto del silencio social es empobrecedor sólo en cuanto el olvido es «obligado». En ese caso es dañino para el psiquismo pues encripta saberes en el Inconsciente que dejan de estar disponibles para la vida, pero también puede ser una adecuada estrategia de supervivencia en colectividades amenazadas, como muestra Cecile Rousseau, o en situaciones individuales extremas, como muestra con toda potencia J. Semprun.[11]
Desde la sociedad civil en Argentina se produjo un movimiento para hacer hablar «los silencios» a través de la literatura, el cine, el teatro, la música y la poesía. Estas modalidades fueron una «avanzada» de lo jurídico y también posibilitaron la apertura de la sensibilidad social a las vivencias y experiencias acalladas por la represión. Se profundizaron los repudios a través de los «juicios éticos» de los colegios profesionales a sus miembros implicados en la represión.
Por otra parte, los reconocimientos públicos y los pedidos de perdón de los agresores (Balza, General en Jefe del Ejército y Alt. Godoy, de la Marina, en diferentes situaciones) dibujaron un camino a la reconciliación que requiere del arrepentimiento, la reparación y la justicia para ser posible.
Si bien la víctima tiene derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación. Los victimarios/perpetradores tienen no sólo el deber sino también el derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación, tienen derecho a escuchar la verdad y decir su verdad, a hacerse cargo del castigo que la justicia establezca para sus delitos y tienen derecho a reparar los daños causados a sus víctimas y/o sus familiares. Además, las víctimas también tienen el deber de aceptar el arrepentimiento del victimario y su reparación, y de serenarse con la justicia cumplida. Y así ambos, víctima y victimario quedan en su dignidad y ambos son sujetos de derecho, y así nadie queda excluido de los derechos.[12]
También nos parece necesario preservar el derecho de las víctimas de contarse ellas mismas y evitar la desposesión de ellas como actores sociales de su poder originario, y no ser contadas por un poder que produce una «historia oficial».
Creemos también que es necesario que la memoria no quede cristalizada y pierda su potencia hacia la transformación. La memoria sería para nosotros un camino para operar en la creación de dispositivos para otros modos de hacer política, pues son las prácticas cotidianas –más que los discursos– los que inscriben la subjetividad individual y social y construyen futuro.[13]

Bibliografía

Abuelas de Plaza de Mayo por la Identidad, la Memoria y la Justicia (2003). Diario de las Abuelas de Plaza de Mayo, año IV, no. 21, Buenos Aires, Argentina.
Augé, M. (1998). «Les formes de l´oublie», Payot, Paris, Francia.
Borges, J. L. (1956). «Funes el memorioso», en Ficciones, Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina.
de la Aldea, Elena (2003). «Bases para el trabajo comunitario con poblaciones sometidas a la violencia política», Encuentro Estrategias de intervención psicosocial en espacios de postconflicto, organizado por IPAZ, Universidad McGill, ODHA y RCT, Ayacucho, Perú.
de la Aldea, E. (1998). «Conséquences et séquelles du terrorisme d´État dans le champ culturel», Revista Pratiques de Analyses Formation (Formation Permanente Université de París),París, Francia.
de la Aldea, E. (1997). «Implication et contretransfert dans le travail clinique avec des patients victimes du terrorisme d´Etat», Revista Filigrane, vol. 6, no. 1, Montreal, Canadá.
de la Aldea, E. (2001).»Perspectivas en Salud Mental en la atención de casos de violencia», Taller de Derechos humanos y Salud, EDHUCA Salud, Lima, Perú.
de la Aldea, E. (1998). «Madres en lucha en el Sur de España», Revista Topía, no. 24, Buenos Aires, Argentina.
de la Aldea, E. (1996). “Consecuencias y secuelas del terrorismo de Estado”, Presentación en el Encuentro del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, Buenos Aires, Argentina.
Freud, S. (1979). «Nuevas conferencias de introducción en psicoanálisis», en Obras Completas, Tomo XXII, Amorrortu Editores, Buenos Aires, Argentina.
Freud, S. (1979). «Nota sobre la ‘pizarra mágica'», en Obras Completas, Tomo XIX, Amorrortu Editores, Buenos Aires, Argentina.
Freud, S. (1979). «Recordar, repetir y reelaborar», en Obras Completas, Tomo XII, Amorrortu Editores, Buenos Aires, Argentina.
Freud, S. (1979). «Duelo y melancolía», en Obras Completas, Tomo XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, Argentina.
«Juicio a los militares, Documentos secretos, decretos, leyes» (1988), Revista de la Asociación Americana de Juristas, no. 4, Buenos Aires, Argentina.
L´Hoste, M. (1986). «La desaparición, efectos psicosociales en Madres», en Bozzolo et al. (dir.), Efectos psicológicos de la represión política, Editorial Sudamericana, Planeta, Argentina.
Ricoeur, P. (2000). «La memoire, l´histoire, l´oubli», Ed. Seuil, París, Francia.
Rousseau, C. y E. de la Aldea (1998). «La violencia y la salud mental: Intervención y prevención», en Mantengamos viva la Esperanza, Primer Seminario Reparación psicosocial, dignidad y justicia, ECAP, Guatemala.
Rousseau, C., M. Morales y P. Foxen (2001). «Going home: Giving voice to memory strategies of young mayan refugees who return to Guatemala as a community», Revista Cuture, Medicine and Psychiatry, no. 25, Montreal, Canadá.
Semprun, J. (1995). «La escritura o la vida», Ed. Tusquets, Barcelona, España.



[1]Ponencia en el Coloquio Internacional «Le devoir de mémoire et les politiques du pardon», llevado a cabo en la Universidad de Québec, Montreal, los días 13,14,15 octubre 2004.

[2] Les methodes de disparition, torture, de controle politique de la vie privee, d´appropiation des enfants, les agressions sur les parents des militants politiques ou syndicaux, la repression feroce chez les adolescents, la sujetion des universités et des medias de commnications donnerent leurs fruits. L´irrationalite et ses recours calcules furent generateurs d´une culture de l´impunité». Le chaos cause par la terreur rompit avec les lois fondamentales de la coexistence et avec les consentements sociaux a la base des fondements des regles du Droit. La loi cessa d´etre valide. (de la Aldea, E., 1997, p. 66).

[3] Juan Méndez, director del Centro Internacional de Justicia de Transición, prevención en genocidios, señala que en Argentina existe permanencia de los temas de derechos humanos en el seno de la sociedad con independencia de lo que el Estado o la clase política quiera decretar respecto a ello. Y muestra como un aspecto muy positivo de esta sociedad tanto el informe de la CONADEP, el Juicio a los Comandantes, la lucha contra las leyes de Obediencia Debida y Punto Final como la recuperación de la memoria diaria por vía estatal o no estatal.
Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida fueron derogadas en marzo del 2001, lo cual quiere decir que no tienen más vigencia de ese momento en adelante, pero ello impedía juzgar los crímenes pasados; la nulidad significa que fueron siempre nulas, que no existieron, y ahí se pudieron iniciar los juicios. Salvo para los temas de apropiación de niños que no estaban contempladas en esas dos leyes y que fueron juzgados desde antes.
[4] Se generaron espíritus corporativos sólidos pero también rígidos. (Ver: de la Aldea, E. (1998). «Conséquences et séquelles du terrorisme d´État dans le champ culturel, Revista Pratiques de Analyses Formation, París).

[5] Freud plantea en Notas sobre la ‘pizarra mágica’ que se repite para no recordar, que el olvido es estructurante del aparato psíquico. Las huellas desaparecen en el nivel superficial, «no se ve», pero queda en «la cera», en el Inconsciente. Éste no olvida nada, pero sólo recuerda (salida al consciente) determinados hechos, sensaciones, en ocasiones determinadas por las leyes del inconsciente.
La memoria evocada por Freud en Recordar, repetir y reelaborar y en Duelo y Melancolía es para él una memoria olvidadiza. También hace alusión en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis:
La humanidad nunca vive enteramente el presente. El pasado, la tradición de la raza y del pueblo, pervive en las ideologías del superyó, y sólo lentamente se rinde a las influencias del presente y a los nuevos cambios; y mientras opera a través del superyó desempeña un influyente papel en la vida humana, independientemente de las condiciones económicas (Freud, S., 1979).
Tanto para Bergson como para Freud el pasado es inolvidable. El olvido es sólo cuestión de tiempo, en el corto plazo se puede olvidar, luego todo reaparece:»el retorno de lo reprimido».

[6] Ricoeur habla de un olvido destructor y de un olvido fundador y de varias formas de memoria: la memoria impedida, la memoria manipulada, la memoria obligada. Y también dice: «La justa memoria tendrá que ver con la renuncia a la reflexión». (Ricoeur, P., 2000, p. 574-75, 538).

[7] Borges decía en Funes el memorioso que se recuerda para poder olvidar. Y es deseable añadir un derecho al “olvido» por parte de las víctimas.

[8] Nuevas formas de hacer política en las que predomina la caída de la representación.

[9] En el Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires se creó un archivo con la historia oral y escrita, relatos, fotos, músicas para que cuando los hijos de los desaparecidos aparecieran tuvieran la historia de sus padres no tragada por el olvido. Las Abuelas han recuperado ya 77 de los 120 chicos secuestrados.

[10] Se ven hoy los efectos de la represión también en la ausencia de una generación de dirigentes, y los datos económicos saltan a la vista: la relación entre el más rico y el más pobre pasó de 1 a 7 en 1976 a 1 a 50 en el 2004.

[11] Pennebaker and Banasik, citados por C. Rousseau, señalan que:
Argue that memory does not reside primarily in the individual. For them, memory talk is both a collective rehearsal strategy to woek through the emotions and changes associated with political events, as well as a forgetting aid since, with time, talking and negative emotions are associated with forgetfulness. Collective memory of silent events powerfully shape their resurgence and transmission, and the authors mention increased tension and hostility associated with the disminution of talking around important traumatic events in the United States. If collective talking and silence appear as key strategies after traumatic events, the respective values and danger that are attached to those strategies are culturally constructed and cannot be understood from a dogmatic point of view on the universal value of either avoidande or disclosure. (Rousseau, C., 2001, p. 162)
[…] El verano de regreso… cuando huía de todos mis antiguos compañeros de Buchenwald, cuando ya había iniciado la cura de silencio y de amnesia concertada que se volvería radical unos meses más tarde, en Ascona, en el Tesino, el día que abandoné el libro que estaba intentando escribir –abandonando al mismo tiempo, cualquier proyecto de escritura, por tiempo indefinido […] ( Semprun, J., 1995, p. 197)

[12] Castigo y perdón interrumpen la seguidilla de problemas, sólo lo que se puede castigar se puede perdonar. «La medida absoluta del don es el amor al enemigo», Lucas 6-32-35 nos llevaría todavía más lejos en esta línea. El modo de intercambio tiene por adquirida la obligación de dar, recibir y devolver.
Las instituciones del olvido, entre ellas la amnistía, dan fuerza a los abusos del olvido y éstas son comparables a los abusos de la memoria.
Un ejercicio público del trabajo de memoria y duelo fueron en África, con Mandela en 1996, los trabajos de la Comisión de Verdad y Reconciliación, que a través de largas sesiones donde las víctimas pudieron contar su dolor y exhalar su odio frente a los victimarios y también frente a testigos, guiados por un procedimiento apropiado y también, por este camino, se invitó a la sociedad civil a sondear su memoria.

[13] Esta idea fue muy trabajada por Ricoeur. Ricoeur señala el riesgo del “deber de memoria», abuso del ejercicio de la memoria «¡Te acordarás!» «¡Debes acordarte!» (Ricoeur, P., 2000, p. 106 y 580).

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