La Violencia, el hilo tenso entre la familia y la comunidad
Silvia Basteiro Tejedor, Adrián Cardozo Cussi, Elena de la Aldea. Psicólogos – Asociación «Lo grupal» *
Se presentó en el XXIII Congreso Nacional de Terapia Familiar:
«Terapia Familiar del Tercer Milenio: Retos y oportunidades»,
organizadas por la Federación Española de Asociaciones de Terapia
Familiar» – Salamanca, 2002
Incluyéndonos en el campo : obstáculos personales y epistemológicos para la intervención
Es nuestra responsabilidad de agentes sociales introducir pensamiento
critico en la construcción de realidad que hacemos día a día, no
quedarnos en el dolor, la protesta y la queja y avanzar hacia el
cuestionamiento de nuestras propias certezas. Decía Foucault que «la
razón de ser de los intelectuales consiste en la modificación del
propio pensamiento y el de los otros, en cuestionar las evidencias y los
postulados, en sacudir los hábitos, las formas de actuar y de pensar,
en disipar las familiaridades adquiridas”.
Estas familiaridades de las que habla son uno de nuestros principales obstáculos para pensar.
Los obstáculos son lugares donde se pueden cuestionar las certezas.
Así, por ejemplo, en cuanto a la problemática de la violencia nos
atrapan ciertas creencias y reacciones intensas frente al horror y la
injusticia y olvidamos (a veces) que la violencia es una producción
social e histórica. Todos los tiempos y los lugares vieron violencia,
pero para cada uno de ellos fue, es diferente, tiene cargas emocionales,
terrores y fascinaciones e intensidades y características distintas.
«Necesitamos suspender por el momento la lectura de la violencia en
clave de Mal para tomarla como un hecho social presente en nuestra
situación” (Lewkowitz, I.).[i]
Podemos hacer la hipótesis de que la violencia se presenta donde se rompe o se hace inoperante el lazo social.
Violencia del pasaje de un orden social a otro, todo pasaje es siempre
ilegítimo. Dada una situación instituida, para pasar a otra hace falta
un acto de quiebre de lo ya dado y que se resiste a ser destituido. Ese
lazo social que está cambiando es justamente el que instituye en una
situación social, cultural, el modo de ser persona para esa sociedad.
Asistimos hoy al agotamiento del lazo social que organizó la
Modernidad. Con ello también cambia la naturaleza del modelo de sujeto y
de la violencia social de la relaciones de los sujetos entre sí,
sujetos que ya son otros.
El lazo social de la Modernidad está basado en el ciudadano, en el
sujeto de la conciencia, en la racionalidad, en la representación, en la
historia, en la noción de progreso individual y colectivo.
Hoy estamos frente no sólo a más violencia, o a una modificación de
los indicadores estadísticos de la violencia sino que lo que aparece es otra violencia. Es
la violencia de la instauración de otro modo de ser tanto individuo
como sociedad. “Vivimos, padecemos, sufrimos la imposición espontánea de otro lazo social ” (Lewkowitz, I.).
Y si seguimos en la línea de observar nuestros obstáculos de pensamiento descubrimos la tendencia a seguir viendo lo mismo cuando ya la diferencia está ahí activa y presente.
Esta es una fuerte problemática para registrar la novedad, nos impide
pensar lo nuevo, aceptar el cambio. La Modernidad se acabó, pero
seguimos muchas veces pensando en clave de historia, de origen, de
razón, de integración, de conciencia, sin ver lo múltiple, lo
indeterminado, el caos, lo inconsciente, más que como defectos,
enfermedades o alteraciones de la “realidad verdadera”, “la de antes”,
“la conocida”. La que ya está naturalizada.
Esta negación a ver los cambios también es una fuerte postura de
violencia, tanto la que tenemos que hacerle a nuestro aparato de pensar
para no ver lo que estamos viendo, no entender lo que estamos
entendiendo; como la que recibimos de la incorporación obligada a las
nuevas prácticas sociales con sus nuevos dispositivos en los que estamos
inmersos, sin consulta previa.
Toda realidad tiene una sombra, en esa sombra como en los obstáculos
es necesario posar la mirada y la atención. Quizás carecemos de
distancia histórica para encontrarle un sentido de construcción, ver una
realidad en proceso de transformación1. Estamos,
en este momento, siendo privados de las certezas que nos dio la
Modernidad : de un lugar en la Tierra, de un sentido de futuro, de una
confianza en la razón…entre otras cosas.(Lewkowitz, I.).
Qué definimos como violencia
Muy a menudo es difícil entenderse cuando se habla de violencia, ya
que ésta no significa lo mismo para todas las personas y grupos, por
ello nos parece importante partir de plantearnos qué queremos decir
cuando usamos la palabra violencia.
En primer lugar, violencia no es igual a conflicto. Aunque
esta apreciación parezca una obviedad, en muchos casos se niegan los
conflictos y se evita su abordaje por el temor que subyace a su
expresión en este sentido. Cuando un conflicto puede plantearse
abiertamente y resolverse a través de la negociación no tiene por qué
llegarse a una expresión de violencia. Negar y/o evitar la expresión y la búsqueda de una resolución de los conflictos sí puede conducir a una escalada de violencia.
Violencia tampoco equivale a agresividad, ya que esta última
constituye la fuerza que permite a los seres humanos una respuesta
activa ante su entorno; siendo por tanto un elemento positivo de
subsistencia y una herramienta para definir el territorio y los límites
de cada un@. Sólo cuando la agresividad se transforma en un hecho
únicamente destructivo y afecta tanto al que realiza la acción como a
aquel que la padece, podemos hablar de violencia. [ii]
La violencia se produce cuando una persona o un grupo actúa de
manera unilateral, imponiendo su opinión, sin dar un espacio para la
negociación, cuando el poder de ambas partes no es igual. Esta acción
impuesta puede tener que ver con el cuerpo, con la vida o con el destino
o proyecto del otro, ya sea un individuo o un grupo.2
El acto violento no es un acto “loco”, sin relación con nada. Tiene
intencionalidad, sentido, historia, proceso, ocurre en el tiempo y en un
determinado contexto relacional. Es producto de la decisión humana y
no de la genética ni del azar, por eso mismo es posible entenderlo y
trabajar con él.
Cualquier individuo puede llegar a ser violento, con diferentes
modalidades, en determinados contextos o interacciones. La violencia se
apoya fundamentalmente en el miedo en el plano afectivo y en la desigualdad del poder en el plano de lo social.
Puede provenir del miedo de no ser reconocido ni considerado, del miedo
de no ser amado, del temor de perder el poder o de no tener el poder
suficiente.
La violencia no se define únicamente a nivel individual y
psicológico, es un fenómeno tanto social como psicológico. Debemos
verla como un producto social que está estrechamente ligado a la
manera de vivir y de ver el mundo, a la cultura y a la organización de
la sociedad 2.
Actualmente estamos enfrentados tanto a las formas de violencia
social como a la violencia familiar, doméstica, pero también queremos
señalar otras formas más larvadas de la violencia, formas ligadas a la
nueva organización del estado y a las subjetividades que ello produce. Y
esto lo planteamos porque nos importa entender cómo las formas mas
“inhumanas” de violencia nacen y crecen en un medio que va siendo cada
vez más vulnerado y sensible y también aunque suene paradojal
impermeable, resistente y distraído con las expresiones duras de
violencia (basta ver el cine y la televisión, a modo de ejemplo). Nos
referimos a fenómenos sociales nuevos que influencian las
manifestaciones de la violencia, tales como:
– el crecimiento demográfico y la percepción de los países ricos de «2/3 de la población mundial que sobran»
– la urbanización desmesurada
– el cambio acelerado y la desestabilización, traducidos en desorientación y falta de alternativas
– las desigualdades económicas y sociales entre los diferentes grupos humanos cada vez más globalizadas y profundas
– los nuevos conflictos internacionales que cada vez más toman
la forma de conflictos internos de ciertos países y ponen en juego un
mayor número de civiles
– la guerra y el terrorismo psicológicos que promueven sentimientos de intolerancia, desconfianza, odio y venganza
– el individualismo que se estimula y acentúa, fomentando la
competencia extrema y desarticulando el tejido social solidario
– la priorización de estrategias de control por sobre las de prevención
Estas transformaciones a nivel mundial se traducen para muchos grupos humanos en una pérdida de referentes a nivel de sus leyes internas y de las normas que les permiten solucionar sus conflictos, conduciendo a una mayor violencia y a su vez a una depreciación del valor de la vida humana.
En el caso de la violencia familiar como en el de la violencia social, el hecho violento no es un hecho aislado, ocurre en un contexto social, histórico que le da sostén y discurso 2. Por
ejemplo la perspectiva de género que justifica la violencia contra la
mujer, la creencia arraigada de que los adolescentes no se interesan por
nada y son potencialmente peligrosos por cuestionar las reglas del
juego de lo social, , los niñ@s que son molestos y tienen cada vez menos
espacios públicos permitidos para sus juegos, los ancian@s que «sobran»
en todos sitios, la intolerancia ante las diferencias …
Manifestaciones de la violencia en la familia
La violencia familiar puede manifestarse en distintas vertientes:
- violencia entre la pareja, generalmente contra la mujer, incluyendo violencia física, sexual, psicológica y económica
- maltrato a los niñ@s en el seno de la familia, incluyendo maltrato y abandono físicos y/o emocionales, negligencia, explotación laboral y/o mendicidad, abuso sexual, corrupción y maltrato prenatal
- maltrato a ancian@s, incluyendo abandono y maltrato físicos y/o psíquicos, abuso económico, violación de los derechos del anciano, negligencia y abuso sexual y
- violencia de los hijos hacia los padres, incluyendo conductas tiránicas, de utilización y de desapego.
A nivel de funcionamiento interno, observamos que las familias con mayor intensidad y frecuencia de interacciones violentas entre sus miembros presentan:
- una escasa o nula posibilidad de pensamiento simbólico: alto nivel de perturbación cognitiva, acompañada de baja o nula estimulación intelectual. El pensamiento se ve desbordado continuamente por la acción, que ejerce un dominio casi absoluto en desmedro de cualquier alternativa de reflexión o introspección
- falta de límites: imposición del caos y la disfuncionalidad en normas de funcionamiento familiar que diluyen cualquier principio organizador de la vida cotidiana
- falta de contención familiar: vivencia continua de un clima ansiógeno perturbador que favorece el desinterés y desatención de las necesidades básicas del otr@
- distorsión afectiva: relaciones afectivas cargadas de desamor, predominio de intercambios afectivos de desapego y desvalorización
- falta de discriminación relacional: indiscriminación de roles y funciones en la dinámica familiar propiciada por la falta de organización y acompañada de dificultades básicas en la comunicación entre los miembros de la familia
- trastornos de aprendizaje: historia de fracasos socioeducativos manifiestos a través de estudios inacabados, escaso rendimiento escolar y baja estimulación para el aprendizaje reglado o no reglado
A nivel de funcionamiento externo, esta modalidad relacional
trasciende el ámbito familiar y sus repercusiones llegan a otros
contextos, a través de diversas formas observables, tales como:
- negligencia: descuido y desatención manifiesta , abandono y / o promoción de situaciones de riesgo
- malos tratos físicos/psicológicos: acciones conyugales y/o parentales destinadas a hacer daño a la pareja o a los hijos, agresiones directas de carácter físico o psíquico con el propósito de someter al otr@ , actitud de agresión continua, que puede incluir abusos sexuales hacia la cónyuge y/o l@s hij@s
- fracaso escolar / absentismo / conductas disruptivas: distintas expresiones de desajustes y malestar más o menos generalizadas de niñ@s / adolescentes perturbados por la multiproblematicidad familiar y que se trasladan al contexto educativo y/o social
- transgresión normativa: manifestación más o menos generalizada de la falta de límites, indiscriminación relacional que genera un cuestionamiento a cualquier principio de autoridad, jerarquía o norma de funcionamiento socioeducativo
- alarma social: efecto directo de las transgresiones de todo tipo que acaban generando un efecto multiplicador en el medio, a través de actos violentos que pueden adquirir características delictivas (hurtos, vandalismos, acosos, etc.)
Cómo se va «tensando el hilo» entre la familia – las instituciones – la comunidad
La violencia entendida como abandono, desprotección, negligencia,
malos tratos, en definitiva distorsión y disfuncionalidad severa en las
posibilidades nutricionales de la familia, muestra una fisonomía
desagradable ante los ojos sociales. Se trata de una imagen que resulta
intolerable para quienes reciben el impacto de su problemática, ya que
suele generar ansiedad a quienes les toca interactuar con ellas.
Cuando surge una demanda de familias multiproblemáticas por ejemplo,
se observa que la dificultad repercute en otros contextos diferentes al
de la familia, especialmente el Centro Educativo, la calle o una
actividad en un Centro de Servicios Sociales. Nos referimos a
situaciones vinculadas con niñ@s o adolescentes que provocan
alteraciones sociales con sus conductas.
Aquí empieza el peloteo, en el sentido de quién asume las
responsabilidades que le corresponden. Las familias suelen hacer una
depositación en las instituciones para que se encarguen del control de
los niñ@s y adolescentes. Estos se ven superados y devuelven en la
dirección contraria la depositación recibida. Se llega al punto de “el
uno por el otro y l@s niñ@s o adolescentes sin atender”.
Es obvio que nos referimos a situaciones cargadas de incomodidad,
desconcierto, impotencia, dada la complejidad de las evidencias y la
sensación de desahucio que invade a los protagonistas. Sin embargo, lo
que realmente puede facilitar una espiral de violencia y escalada
disfuncional es la distorsionada implicación institucional. Suele
romperse esta inercia cuando ocurre un hecho grave como la muerte de un
integrante familiar u otro daño significativo que dejan dolidos a los
familiares, consternadas a las instituciones y alarmada a la comunidad.
Los movimientos de ida y vuelta crean un hilo tenso entre la familia y
la comunidad sostenido por la incapacidad de unos y otros para atender
la complejidad que se presenta. Se suelen buscar caminos lineales para
explicar los problemas y por lo tanto las posibles soluciones no llegan,
porque siempre se transitan aspectos parciales que no permiten entender
la globalidad relacional. Este empeño debilita y ensombrece las
posibles salidas al/los problema/s planteado/s y en consecuencia
potencia el crecimiento de círculos viciosos que acaban siendo reflejo
de visiones recortadas en uno y otro contexto; con el riesgo de una
multiplicación intervencionista que puede acabar siendo perjudicial, si
no se apoya en una planificación institucional coordinada. Al igual que
en la familia, predomina la necesidad de poner orden y poder pensar y
formular hipótesis relacionales que ayuden a responder adecuadamente a
la complejidad de la problemática planteada.
Las instituciones del ámbito educativo se manejan con normas y
clasificaciones rígidas que dejan un espectro demasiado amplio en el
campo de la exclusión.
El absentismo, el fracaso escolar, el comportamiento disruptivo y la
violencia de algunos chavales denuncian la conflictividad permanente que
existe en los centros, creciendo en escalada simétrica, hasta que se
impone el criterio del adulto vehiculizado a través de la expulsión del
alumno o el ataque agresivo que culmina en instancias policiales y
judiciales.
La escolarización obligatoria hasta los dieciséis años provoca que
muchos jóvenes tengan que ocupar un sitio en una clase en la que no
quieren estar, pasen de curso sin capacitación suficiente para ello (con
la consiguiente desconexión, aburrimiento y malestar) y no tiene en
cuenta la diversidad de intereses y capacidades a la hora de aportar
alternativas formativas para todos.
El vínculo profesores-alumnos se establece desde la premisa de estar
ante «posibles enemigos» en términos de «ataque y defensa» continuos,
sin dar lugar a una relación humana de intercambio recíproco entre ambas
partes.
La institución educativa se declara «incapaz» de hacerse cargo de los
niños y adolescentes de los que se ocupa, recurriendo a «reforzar las
medidas de disciplina en los centros» por partir de un análisis
equivocado según el cual se considera que «la indisciplina es la
principal causa de los problemas educativos» sin verla como emergente
del sistema y del macrosistema del que éste forma parte.
A nivel de la institución de Servicios Sociales suele observarse un
funcionamiento en algunos términos similar al de la familia. Ocurre con
frecuencia que los equipos, cuando los hay, están sobresaturados de
demandas «urgentes» y de diferentes tipos de exigencias que atienden un
tanto desorganizada y caóticamente, generando un círculo vicioso en vez
de una alternativa de salida.
Tiende a establecerse un vínculo dependiente pues resulta más
«sencillo» dar una respuesta meramente asistencialista, que resulta bien
aceptada por parte de ellas, que implicarse en una labor terapéutica
que fomente una responsabilización progresiva de parte de éstas en la
resolución de su cotidianidad. En la medida en que se ven desbordados,
los técnicos pueden fomentar un modelo relacional expulsivo al necesitar
«quitarse la familia de encima».
Si a todo esto sumamos intervenciones en solitario o carentes de todo
tipo de supervisión, tenemos garantizada la perdurabilidad
multiproblemática con el resultado de disminuir perspectivas
terapéuticas a cualquier forma de tratamiento [iii].
Obstáculos personales y grupales para la intervención
¨ el activismo : trabajar con situaciones de violencia
imprime calidad de urgencia a la intervención y ello puede llevarnos a
una respuesta inmediata de «apaga fuegos». El riesgo está en que este
modo de actuar se convierta en nuestra tendencia y perdamos de vista la
necesidad de tiempo suficiente para la evaluación de cada incidencia de
tal modo que nos permita valorar el alcance de la acción en sí misma.
¨ la generalización : nos impide ver las particularidades,
lo que hace única a una situación, nos empobrece la mirada y nos
bloquea la capacidad de respuestas creativas y originales. Disminuye el
uso de los recursos disponibles y la innovación de los procedimientos.
Sólo se interviene en situación e incluyéndonos en la misma.
¨ nuestra implicación afectiva : podemos quedar perplejos,
preocuparnos, asustarnos, enfadarnos, entristecernos, empatizar,
sentirnos impotentes…Esto nos lleva a implicarnos en lo sucedido e
incluso a identificarnos con alguno de sus protagonistas. Por tanto,
cuando vamos a intervenir sobre el problema lo hacemos en realidad sobre
nuestra construcción subjetiva del mismo, que depende de nuestro
sistema de valores, nuestra experiencia personal, nuestros miedos,
nuestros prejuicios, el contexto en el que nos encontremos, las
expectativas que nos sintamos presionados a cumplir, etc.
¨ la fantasía de poder resolver la situación en soledad :
no tener en cuenta la riqueza de la mirada grupal y de un espacio de
contención en el que compartir vulnerabilidades y fortalezas y
experiencias vividas en la tarea. Esto implica asimismo no tomar
conciencia de los límites de nuestra acción
¨ no tener en cuenta a los protagonistas de la situación :
la situación conflictiva no puede resolverse satisfactoriamente sin la
participación de sus protagonistas y del contexto en que ésta ocurre
(familia, grupo de clase, institución educativa,…) 4
Tejiendo redes o de cómo empezar a destensar el hilo…
En esta configuración multiproblemática familiar y comunitaria
podemos reflexionar sobre el papel que cumple cada un@ en el desarrollo
de la violencia y qué movimientos seríamos capaces de hacer para
contribuir a que el hilo tenso entre todos los participantes tenga una
tensión lo suficientemente aceptable como para crear un marco
terapéutico razonable de ayuda.
La comunidad, a través de sus instituciones, debe
buscar soluciones complejas partiendo de un marco de actuación
coordinada desde un primer momento. La coordinación intra e
interinstitucional suele ir a remolque de actitudes espontáneas de los
técnicos intervinientes. Es útil que alguien tome la iniciativa, con un
criterio institucional claro respecto al sentido que tendría el
encuentro entre profesionales para discutir los casos y plantearse
hipótesis y distintas alternativas de atención a la violencia en la
familia y sus atravesamientos comunitarios.
Esto requiere que las distintas instituciones implicadas en su
atención puedan incluirse en el foco de mirada, considerándose parte
integrante del proceso de cambio o mantenimiento de la situación de la
familia. Si tenemos una visión recortada que empiece y termine en las
dificultades familiares, estaremos perdiendo de vista la riqueza de
variables en juego. Esta reflexión se enriquecerá en un marco de
encuentro e intercambio del equipo sobre la tarea que desarrolla.
Cuanto más estable sea el contexto de intervención institucional y
el equipo encargado de concretarla, más posibilidades de sostén y
apoyo existirán para contrarrestar parte del tremendo caos en el que
suelen vivir estas familias.
El camino a transitar será menos costoso si se cuenta con una cadena
de sostenes que puedan proporcionar las familias extensas, amigos,
vecinos, profesores o cualquier persona significativa que, por algún
motivo relevante, pueda formar parte de una red social de apoyo. Esta seguramente proporcionará alivio y cumplirá un papel indispensable para la resolución de la/las dificultades más acuciantes.
A la vez, en la medida que vaya existiendo una mayor implicación
familiar, irá perdiendo su protagonismo a favor de quienes son los
«actores principales».
Cada dificultad a la que nos toca enfrentarnos deberá atenderse en su
justa medida. Pero como no tenemos un medidor que nos permita calcular
los alcances de la misma, deberemos conformarnos con la aceptación de la
realidad tal como se presenta y apoyarnos en los instrumentos
relacionales con los que contemos, pero siempre con la posibilidad de
sumar más que de restar. Cuantos más elementos se incluyan en la
circularidad relacional, más riqueza tendrá el tratamiento y mayores
posibilidades de cambio surgirán.
Si trabajamos en términos de “casos” deberemos hacerlo tomando en
cuenta todas las determinaciones de la situación. Habrá que consultar,
con cautela, discreción y amorosidad a los participantes del hecho para
lograr hacerse una idea clara de la situación y de los recursos de salud con los que contamos en ese grupo familiar, en esa institución, en esa comunidad específica, para enfrentar ese hecho. Que no serán sólo los recursos profesionales, ni mucho menos.
El desarrollo de la intervención
¨ la evaluación es el primer paso de la intervención y es importante brindarle el tiempo de dedicación que requiere. Suele ser mucho mayor el tiempo dedicado a la preparación de la acción y la valoración de su alcance que la acción en sí misma.
Aunque se trate de una situación de emergencia en la que sea necesaria
una respuesta inmedidata, es necesario reflexionar sobre ella y pensar
intervenciones posteriores que nos permitan un abordaje continuo y global con implicación del grupo, que a su vez cumplirá una función educativa preventiva. Puede
que nos asuste pensar en el tiempo que nos lleva, pero hemos de saber
que en la medida en que mantengamos la constancia en este propósito, los
resultados tendrán mayor perdurabilidad e irán generando un efecto
dominó, en el que nuestro esfuerzo tendrá que ser cada vez menor porque
se irán generando mecanismos de autorregulación a nivel grupal. 4
Dentro de la evaluación, proponemos tener en cuenta las
variables mencionadas para valorar los efectos de la violencia en los
casos que se nos plantean, como herramienta diagnóstica y pronóstica a
la hora de diseñar nuestra intervención en los mismos. (cuadros Nº 1 y
2)
Cuadro Nº 1:
Funcionamiento externo en relación con la violencia:
S: sí – en este caso estimar si es leve, moderado o grave
N: no
Familia:
|
Negligencia
|
Malos tratos (fís/psíq)
|
Frac. escolar/
absentismo/
cdtas disruptivas
|
Transgre-
sión normativa
|
Alarma social |
|
Cuadro Nº 2:
Funcionamiento interno en relación con la violencia:
S: sí – en este caso estimar si es leve, moderado o grave
N: no
Familia:
|
Escaso o nulo pensam. simbólico
|
Falta de límites
|
Falta de contención
|
Distorsión afectiva
|
Falta de discrimina
ción relacional
|
Trastornos de aprendizaje
|
|
¨ el significado y el sentido del acto violento dependerá de cada situación y requerirá por lo tanto respuestas asistenciales diferentes.
Por situación entendemos todos los elementos que toman su sentido de su
pertinencia en relación con un problema, en un momento dado. Cuanto más
precisemos la singularidad de una situación tanto más mejorará nuestra posibilidad de intervenir correctamente.
¨ es muy importante tomarse el tiempo para identificar lo más posible los elementos de nuestra propia percepción, de nuestra implicación, que pueden influenciar nuestra intervención.
No se trata de eliminarlos, esto no es posible, sino de que los
profesionales que intervienen puedan tomar conciencia de su propia
percepción del problema, a fin de diferenciar entre lo que les pertenece – su comprensión, sus emociones – y lo que pertenece a los otros actores 2.
¨ la incorporación del equipo. Cuando nos enfrentamos a una situación de violencia, y más aún si reviste gravedad, es importante evaluar con otr@s la pertinencia o no de una intervención y de qué modo llevarla a cabo. Esta mirada grupal nos aporta diferentes puntos de vista, un espacio de contención, una más amplia gama de recursos y es un acompañante interno
en la soledad de nuestra tarea. Al hablar de equipo nos referimos a
otros profesionales con los que sintamos una relación de proximidad,
afinidad y confianza, ya sea un@ o más compañer@s de nuestro centro de
trabajo y u otr@s con quienes tengamos oportunidad de trabajar
conjuntamente en estos temas.
¨ la coordinación con otros recursos. Nos referimos a la necesidad de definir qué es posible hacer y qué actuación está a nuestro alcance: cuáles son los límites de nuestra acción: hasta dónde podemos llegar, cuáles son las ventajas y cuáles los riesgos. A
menudo frente a este tipo de incidencias podemos oscilar entre la
sensación de impotencia («no está en mis manos») y la de omnipotencia
(«puedo con todo»). Examinar lo que sí podemos hacer es tomar conciencia
de los límites entre los cuales se sitúa la intervención y hacer el duelo de la intervención ideal.
Estos límites pueden ser:
– los del profesional que interviene, de su equipo, de su
institución (personales, geográficos, de tiempo y disponibilidad,
económicos…)
– los del contexto de las situaciones conflictivas – atravesamientos comunitarios
– los de nuestro rol profesional 2
Tomar conciencia de nuestras posibilidades y nuestros límites en relación
con la intervención dirige nuestra mirada a otros roles profesionales de la
propia institución y/o de otras instituciones de un modo u otro vinculadas al
problema que se está afrontando y plantea la alternativa de una derivación.
Cuando se plantea una derivación a otro/s equipo/s es interesante que no
se haga desde un mecanismo de depositación sino desde el compartir
responsabilidades desde el área de intervención de cada uno.
¨ la situación de violencia no puede resolverse satisfactoriamente sin la participación de sus protagonistas. Se trata de escucharles y ver cómo comprenden el problema, tratando de tener la mayor cantidad de puntos de vista posibles. El acercamiento a los actores implicados
ha de hacerse desde un interés de tener la mayor cantidad posible de
datos sobre lo ocurrido antes de emitir juicios, con intención de
conocer lo que el episodio representa para ellos y ayudarles a desplegar
sus propios recursos para afrontar los hechos. 4
«Nosotros» mismos como herramientas
El trabajo de reflexión del equipo sobre sus presupuestos, emociones,
reacciones y conflictos será una herramienta imprescindible en esta
tarea, por lo que es necesario preservar espacios de intercambio,
contención, y pensamiento.
Ser cuidadoso con los propios sentimientos de rechazo que ciertos
pacientes, consultantes o situaciones, nos provocan, para evaluar cuáles
son las propias violencias que están siendo movilizadas. No rechazarlas
ni actuarlas: observarlas, tomar conciencia de ellas y pensarlas y
pensarnos. Por ejemplo puede ser útil compartir un ejercicio: «pensar
cuáles son las violencias recibidas y ejercidas por cada uno de
nosotros, en el curso de los últimos dias ya sea con pacientes,
familiares, conocidos o simples conciudadanos».
Valoramos la necesidad de estar alertas frente a un error frecuente
en los operadores de estas problemáticas, que es el de suponer
absolutamente diferentes al agresor de la víctima. Al agredido se lo ve
sin odio ni deseos de venganza, cual si perteneciera a otra estirpe, una
en la que no existe la violencia ni la crueldad que sí está presente en
el victimario. Con esto se despoja al agredido de su realidad, de su
fuerza y de la energía de su furia para defenderse, vivir y recrearse y
al agresor de una posibilidad diferente de relacionarse.
Detrás de este supuesto lo que se esconde es la creencia en una
diferencia cuasi biológica : “los buenos y los malos son así “, una
diferencia radical, un elemento “natural” ahistórico y por lo tanto
inmodificable. Pero también desaparecen detrás de estas diferencias,
consideradas como “sustanciales” los efectos estructurales: la
desigualdad, el abuso de poder, las construcciones sociales injustas.
Se trataría de hacer una serie de ejercicios de multiplicación
dramática y lúdica donde la cuestión central sea focalizar algunas
formas de violencia, reflexionar sobre qué recursos serían necesarios y
cómo instrumentarlos y multiplicarlos para reducir la carga de ansiedad y
angustia que despierta la violencia familiar y social. El hecho que
supone buscar una elaboración grupal de una dificultad compartida
ayudará a disminuir la carga y podrá tener un efecto multiplicador de
incidencia social relevante.
¿Qué perspectiva o pronóstico tendría la familia?
Cualquier pronóstico de las familias que nos ocupan dependerá de los
múltiples factores que, vinculados a su multiplicidad, puedan ser
generadores de cambio en beneficio familiar.
Si somos capaces de reconocer la complejidad del entramado social
donde se inscriben sus dificultades, a su vez producto del sistema,
podemos incluir como factor desestabilizante su escasa oportunidad de
engancharse a la producción que una comunidad requiere para crecer;
tanto en aspectos económicos como afectivos, cognitivos, culturales y
sociales. Por ello, sin perder la perspectiva terapéutica, no podemos
olvidarnos de las «otras» cuestiones presentes en el funcionamiento
cultural, social, educativo y que condicionan muchos comportamientos,
admitiendo las particularidades de una familia multiproblemática.
En nuestra intervención no podremos hacernos cargo de todos estos
atravesamientos, pero sí resultará esencial tenerlos en cuenta para
saber en qué nivel se produce la fractura. Así podremos ver en cuáles
de ellos podemos pedir responsabilidades allí donde las hay y en cuáles
no tenemos posibilidad de intervenir, aceptando las limitaciones de
nuestro rol profesional. Dada la gravedad y dificultad presentes en la
mayoría de los casos, nos servirá centrarnos en aspectos concretos que
nos permitan transformar aunque más no sea cuestiones infinitesimales,
para mantener viva la esperanza de que el cambio es posible.
Los procesos de cambio se inventan a partir del tránsito que van
experimentando los sujetos. Desde el estereotipo, la rigidez, la
inercia, la confusión, la perturbación, hacia la flexibilidad, la
tolerancia, el movimiento decidido, la claridad y las emociones
estables. No existe un modo determinado de cambiar nada. Sólo a través
de la propia dinámica pensada, vivida y sentida por la familia, las
instituciones y la comunidad en general es que algo «se mueve». Si hay
movimiento, hay acción y por tanto los lugares, las referencias, las
imágenes adquieren una recomposición continua hasta que cada uno decide
cuál es la película que quiere ver. Siempre con la opción de hacer las
modificaciones necesarias según las necesidades o las otras
perspectivas que vayan experimentando las variaciones existenciales.
Pensamos que la metamorfosis familiar en el siglo XXI se dirige hacia
un lugar incierto, pero que implica el desafío de vivir en clave de
transformación permanente, procurando adaptarnos activamente a los
momentos sucesivos de inestabilidad con los que conviviremos durante
largos períodos de tiempo y que involucrarán a las familias y al
conjunto de la sociedad 3.
Notas bibliográficas :
1 de la Aldea, E. (Perú, 1999) «La violencia, las violencias y sus lenguajes» , ponencia presentada en el Curso Taller Internacional «Violencia y Trauma en el Perú» – Bases para la Investigación y Accción Interdisciplinaria – Facultad de Salud Pública y Administración Carlos Vidal Layseca.
1 obra citada
[ii] de la Aldea, E. y Rousseau, C. (Guatemala, 1997) «Mantengamos viva la Esperanza» – 1º Seminario Reparación Psicosocial, Dignidad y Justicia -. Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial
1 de la Aldea, E. (Perú, 1999) «La violencia, las violencias y sus lenguajes» , ponencia presentada en el Curso Taller Internacional «Violencia y Trauma en el Perú» – Bases para la Investigación y Accción Interdisciplinaria – Facultad de Salud Pública y Administración Carlos Vidal Layseca.
1 obra citada
[ii] de la Aldea, E. y Rousseau, C. (Guatemala, 1997) «Mantengamos viva la Esperanza» – 1º Seminario Reparación Psicosocial, Dignidad y Justicia -. Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial
[iii]
Basteiro, S. y Cardozo A. (2001) «Condenados a entendernos», taller
presentado en las XXI Jornadas de Terapia Familiar de la FEATF- Valencia
2 obra citada
4
Basteiro, S. y Cardozo A. (2002) «Aproximación a la resolución de
conflictos entre profesores y púberes-adolescentes», taller impartido a
docentes de Enseñanza Primaria y Secundaria, dentro de un Seminario de
Formación organizado por el Centro de Profesores de Almería.
Comentarios
Publicar un comentario